“Antes de contar y cantar, antes de que se me acaben los días,
cuéntame tú a mi algo que me haga dormir.
Algo lento”
Me he resignado.
Aún sigo teniendo la sensación de que tú o yo estamos de viaje. En cualquier
momento una de las dos volverá, te podré dar un beso y acariciar
el brazo.
He dejado de pensar en ti a menudo. Lo siento. Me ahogo cuando me
doy cuenta de que esto es real, que te has ido y que la vida sigue. Y me culpo
porque no pienso en ti lo suficiente, o porque he vuelto a reír y pasármelo
bien. Pero me he secado. Ya no me salen más lágrimas.
El otro día pasé por el parque recordándote, y fue duro, pero no
tanto como cruzar la calle y no encontrarte. ¿Te acuerdas cuando te pillaba
cruzando mal? Venías de la piscina y estabas fresquita, suave, oliendo a cloro
y a gel. Siempre con el pelo mojado y una bolsa de Mercadona, porque no podías
evitar pasar a comprar algo: plátanos, ciruelas, bizcochos… A veces, cuando aún
te quedabas algún día a comer en casa, te echaba la bronca riéndome y tú me
regalabas lo que habías comprado.
De vez en cuando, sobre todo por las noches, antes de dormir,
recuerdo ese fin de semana caótico que pasamos cuando te fuiste. Hubo un
momento que creí que me había desdoblado. Podía vernos a todos, como en una
película. Llorando, abrazados. Sentados en la salida del hospital. Sólo
hablando de ti se nos calmaba la agonía. Luego, de repente, pasaba alguien a
quien no habíamos abrazado aún, o no lo suficiente, y volvíamos a empezar a llorar. Fue agotador y
muy difícil. Verte allí, tumbada, con un cartel donde ponía “Absoluta” ha sido
lo más duro que he tenido que hacer hasta la fecha. Y sé que lo hice porque
quise, por mi y por Ana, pero al verte no fui capaz de decirte adiós. ¿Qué iba
a decirte si esa no eras tú? ¿Para qué darte un beso si el cuerpo que estaba
allí era de otra persona? Una señora muy pálida y arrugadita, pequeña y sin
tripa. ¿Cómo vas a ser tú? Tú eres grande y redonda, y flotas en el agua. Tú no
tienes arrugas, tienes surcos de felicidad y orgullo en tu piel suave y
blandita. Eres morena porque has estado en la Cañada tomando el sol, con pecas
y cardenales que no recuerdas cómo han aparecido. Llevas anillos y pulseras que
te aprietan, pero que no te quitas nunca. Tienes unos ojos preciosos azules que
hablan por ti más de lo que crees, y nos cuentan que estás nerviosa porque ha
venido la tía Ana y tú no estabas preparada. Y eres blandita. Muy blandita.
Pero luego me acuerdo la última vez que nos vimos de verdad. No fue
tu mejor momento, pero me reconociste. Todo el equipo médico intentando
ayudarte y tú me viste, me sonreíste y me saludaste.
El fin de semana fue intenso, al estilo Navarro. Todos
juntos a todas horas. Parecía más una celebración que un duelo. Y es que eso
era una celebración. Una celebración de la vida que nos has dado, porque sin
ti ninguno de nosotros existiría hoy. Haces magia: conviertes la tristeza en
alegría. Estuvimos juntos por nosotros, pero sobre todo por ti. Y volvimos a
reír por ti. Porque tú nos has hecho como somos.
Has conseguido lo que tanto deseabas: estar en todas partes a la
vez y enterarte de todo lo que decirmos, al mismo tiempo que estar sola y tranquila. Sigues aquí, y sé que no te
irás nunca.
Gracias.
“De pronto la soledad cogerá
distinto color del natural.
Y entonces lo que no fue será.
Y entonces lo que no ves verás.
Antes de que el miedo te atrape...
Cantaremos algo mientras”