domingo, 15 de febrero de 2015

Antes y después de ti: modus operandi a la manera de Marwan.

Modus operandi
Cuando empieza a doler
entonces escribo.
Cuando lleva un tiempo doliendo
entonces escribo
Cuando deja de doler
entonces escribo.
Cuando no duele nada
entonces escribo sobre
cuando empezaba a doler,
cuando llevaba un tiempo doliendo
o cuando dejaba de doler.
Marwan.

Antes

Esto es un sinvivir. 

Lo que tengo en el estómago no son mariposas, sino carreteras en cuesta y con curvas, de esas comarcales con un sólo carril de doble dirección que pasan junto al borde de un acantilado. De esas en las que, lo único que evita que te caigas, aparte de ti y tu capacidad de recordar que no debes acercarte tanto al borde, son pequeños pilones de piedra separados entre sí. Pero se te olvida alejarte porque, o bien estás absorta con el paisaje, o bien estás concentrada intentando girar en las curvas sin derrapar.

Y esa es otra. Vas a toda velocidad. No puedes evitarlo. No contenta con ir por una comarcal, en cuesta y con curvas, vas a 1000 km/h y cada vez se hace más de noche. 

Subes y bajas las cuestas y tu estómago da volteretas como en una montaña rusa: en las curvas, en las cuestas, cuando pisas el acelerador, cuando te acercas demasiado al borde de la carretera... No me malinterpretes, no es una sensación agradable. Es realmente horrible. Se te cierra el estómago y sientes que no vas a poder volver a comer en toda tu vida, que tendrán que ingresarte y alimentarte con tubos. 

Es realmente horrible porque no sabes a dónde vas, qué te espera al final de todo esto, ni siquiera sabes si llegarás al final en algún momento. Y no sabes tampoco si te vas a caer por el camino porque, reconozcámoslo, el que tuvo la brillante de idea de poner esos pequeños pilones tan separados no debía tener muchas luces. 

Esto es igual. Es acojonante. Acojonante de que da un miedo terrible. Acojonante de que es tan maravillosamente genial que asusta. 

Es una sensación tan estupenda que tienes miedo de dejar de sentirla. No ves lo cerrada que es la curva, pero sigues hacia delante porque frenar no es una posibilidad. La cuesta es infinita, pero ojalá no se acabe nunca, porque bajarla significaría que has dejado de subir. Cada vez está más oscuro, pero no enciendes las luces del coche porque entonces verías qué hay alrededor y quizá no sea agradable. También porque, en cierta forma, sabes cómo es el camino. Y, aunque la seguridad ya hemos dicho que es nefasta, vas pegada al borde, porque si no, no podrías ver el camino recorrido y todo lo que hay debajo. 

Así que sí, es una sensación desagradable y perfecta al mismo tiempo. Y no quiero parar, aunque me choque con un coche que va en dirección contraria a la mía, aunque me caiga por el borde del acantilado. Siento que, aún así, por lo menos habré recorrido una parte del camino. Y, además del corazón, la valentía y, al parecer, la capacidad de digerir bien la comida ¿qué puedo perder?


Después

Pues, al parecer, podía perder el miedo a mí misma. El miedo a ser yo. El miedo a ti. El miedo a nosotros. 
Podía perder las ganas de estar sola. Y las ganas de estar con más gente al mismo tiempo. 
Podía perder la sensación de estar abriéndome en canal y las ganas de salir corriendo. 

Y podía ganar. De hecho, he ganado más de lo que he perdido. 
Ahora tengo dos corazones y dos bocas que son un anexo la una de la otra. 
Dos sonrisas permanentes y dos cerebros bloqueados cuando las encontramos. 
Cuatro manos que descubren un mundo nuevo cada vez que nos rozan la piel. 
Cuatro ojos que brillan reflejados en las pupilas de la otra cara.

"Sí. Es entonces cuando realmente lo entiendes: 
el amor consiste en una cara
donde quedarse a vivir."
Marwan.