viernes, 14 de marzo de 2014

Hasta mutilados deberíamos querernos

Recuerdo que cuando iba al cole me gustaba ser la primera de la clase. La que más sabía, la que más respuestas acertadas daba. Siempre me ha gustado aprender cosas nuevas y diferentes, pero demostrarlo delante de la eminencia que era el profesor me hacía sentir orgullosa de mí misma, al igual que si alguien sabía más que yo, o sacaba más nota que yo, me sentía decepcionante (atentos, no he dicho “decepcionada” sino “decepcionante”). Como si fuese a venir la policía a mi puerta a decirles a mis padres: “Buenos días, venimos a por su hija. No cumple con los estándares establecidos”.

 Y a partir de aquí creo que hay dos puntos fundamentales sobre los que deberíamos reflexionar.

En primer lugar me pregunto sobre la impotencia que genera que todos, absolutamente todos, pasemos por los mismos filtros sabiendo como sabemos que cada uno somos diferentes. Hace poco vi, por requerimiento del Máster, el capítulo 87 de Redes. ¡Oh, adorado Punset! Me hizo pensar sobre la Educación, con mayúsculas.



El capítulo trataba sobre la incapacidad de los sistemas educativos de abordar las necesidades de los individuos actuales. Frente al aprendizaje que se fomenta, basado en la enseñanza lineal y por repetición (llamémosle “transmisión del conocimiento científico”) el documental propone un aprendizaje social y emocional que fomente la educación personalizada  a través del contacto, la experiencia y la implicación del alumno en el proceso.

Somos máquinas. O por lo menos eso nos hacen creer sin que lo sepamos. O por lo menos lo intentan. Todos tenemos que saber lo mismo. Todos tenemos que aprender de la misma forma. Todos tenemos que cumplir los plazos de aprendizaje y enseñanza establecidos. Y si no los cumples poco menos que eres una paria social.

No está mal si pensamos y reflexionamos sobre ello. Es decir, que yo, a mis 22 años (casi 23 pero no se lo digáis a nadie) he sido capaz de sentarme y pensar sobre lo que ha supuesto para mi tener que pasar por ese aro tan estrecho. No ha sido fácil. Ha sido duro, cansado y estresante. Pero lo he pasado y por eso me sentía orgullosa cuando contestaba la respuesta correcta en el colegio o cuando sacaba más nota que nadie en el examen. Y de repente un día dejo de pasar por ahí. Suspendo, no contesto la primera, y el mundo se me cae encima. Me paro y pienso ¿y todos aquellos que no han pasado nunca el filtro? ¿Cómo se deben de sentir? Fatal, horrible, decepcionantes.

Nos pasamos desde los 3 a los 16 años, como mínimo, en un centro educativo que nos enseña que no eres bueno a menos que cumplas los estándares. Tus únicas cualidades positivas son las que están asociadas al estudio y a la adquisición de conocimientos: estudiar, leer, escribir, concentrarte… Y no me entendáis mal, no digo que no sean muy útiles, pero el enfoque no creo que sea el más adecuado. Eres bueno si sacas buenas notas. Si sacas sobresalientes eres el mejor.

Según Ken Robinson (al que entrevista Punset en el documental) la Educación tiene tres objetivos fundamentales, uno de los cuales es personal: esperamos que la  educación nos ayude a convertirnos en “la mejor versión de nosotros mismos”, ayudándonos a descubrir nuestros talentos y destrezas. Pero en ese sentido, desde su punto de vista, piensa que ha fracasado, porque en el fondo tenemos una visión de las aptitudes muy limitada.

Así que, cuando salgas del sistema educativo ¿qué será de ti? Quizá has aprendido muchas cosas, y tienes una barbaridad de datos almacenados, y estás capacitado para desarrollar nuevas habilidades “prácticas”. Pero ¿qué hay de la persona? ¿Qué hay de su integridad, de su saber estar, convivir, imaginar, crear… de su saber ser feliz?

Nos mutilan. Nos mutilamos como individuos si nos creemos que es mejor el que más sabe.
Hoy me ha preguntado una persona: “¿por qué hay quien se saca dos carreras y yo necesito dos años para un máster de un año?”. Y yo me planteo cómo hemos podido llegar a este punto tan triste en el que no vales nada si no cumples los estándares. Y generalizo, ya no sólo hablo de la Educación, sino de todos esos estándares que hemos asimilado sin darnos cuenta y que nos hacen ser infelices cuando no los cumplimos.

Y el segundo punto sobre el que creo que deberíamos reflexionar inmediatamente después es saber qué nos hace diferentes, especiales, valorarnos y querernos a nosotros mismos.

Le decía a esa persona con la que hablaba antes que no puedes dejar que nadie te juzgue negativamente de forma gratuita pero es especialmente peligroso que seamos nosotros mismos los que nos juzguemos. Quiero decir, que alguien te llame idiota te puede afectar más o menos, pero que tú mismo te lo digas es una bomba de relojería. Es la profecía autocumplida. Si te lo dices repetidamente al final te lo creerás hasta el punto de que cuando alguien trate de valorarte de forma positiva tu mente lo transformará en algo negativo. Tu visión de ti mismo es el filtro por el que pasan todas las valoraciones que hacen los demás sobre ti. Si crees que “tu criptonita” son los exámenes, siempre lo serán. O llevándolo a algo más simple, si crees que estás gordo, pensarás que los demás también lo creen.


No soy psicóloga ni pretendo serlo. Sólo reflexiono sobre mis propios pensamientos negativos y de qué manera me afectan limitándome como individuo. Quizá es algo muy trillado, pero si tú te quieres a ti mismo da igual lo que los demás piensen de ti. Puedes valorar más o menos su opinión, pero al fin y al cabo es una opinión y, no nos engañemos, nunca tendrá el mismo valor que la que tú tienes sobre ti mismo. Sepas o no cuál es esa opinión que tienes sobre ti. 

martes, 11 de marzo de 2014

Te caes y te levantas.

Te caes y te levantas.
Te caes y te levantas.
Te caes y te levantas.
Y en eso consiste la vida, el día a día.
Te caes y te levantas.

Todos tenemos malos días. Días en los que caes rendido en la cama. Literalmente.

Respiras profundamente. Una vez. Dos veces.

Sientes cómo en el momento en el que te tumbas toda la tensión se diluye y deja de pesar.

Respiras profundamente. Una vez…. Dos veces.

Esa piedra que llevas en el corazón y en el estómago cambia de estado. De sólido a líquido. Te tumbas, fluye por tu cuerpo y se equilibra. Llega a todas partes. Aún está ahí, pero el peso está repartido.

Respiras.... Una…vez…. Dos…veces.

Sientes salir la tensión por los poros, como una olla a presión muy silenciosa. Respiras… Alguien estira de un hilo invisible que sale de tu cabeza. Respiras… de tu estómago. Respiras…de tus pies…

Respiras……… Una……… vez…..…Dos…

Y de repente es de día. Nuevas posibilidades. Nuevos retos. Tropiezos, caídas, luces, sombras, frío, calor, sonrisas, lágrimas, momentos de estrés, momentos de paz, recuerdos, experiencias, pensamientos. Emociones a flor de piel. Todo es nuevo, hasta lo antiguo es nuevo. Quizá es deformación profesional. Todo se puede aprender, ver, observar, escuchar, tocar, saborear. Porque cada vez que nos levantamos es un nuevo día con nuevas oportunidades.

Os preguntaréis: “¿Es que tú nunca has tenido un mal día?”. Sí, muchos, cientos. Pero alguien, y con alguien quiero decir mi madre, me enseñó que de todo se aprende, que cuando te caes te levantas, revisas con qué te has tropezado y si lo puedes apartar del camino para que ni tú ni nadie vuelva a tropezar. Que un mal día lo tiene cualquiera pero si le pones buena cara pasa mejor.

Lo que nadie dice es que es difícil de narices. Es complicado y cansa mucho. Muchísimo. Pero sigue adelante, porque valdrá la pena. Ponte un objetivo. Lucha por él. Defiende tus sueños de los obstáculos que el mundo te ponga. La felicidad no es fácil ni gratis. Esfuérzate por conseguirla.


“Madre mía, qué filosófica estás”. Soy rara, ya os lo he dicho. De las raras que cuando son felices se sientan a pensar. Como todos, soy de las que se da cuenta de que su sueño, su vocación, no es tan perfecto ni tan idílico como pensaba. Pero podemos aceptarlo con buena cara, igual que aceptamos que fallamos, que nos caemos y que nos levantamos. Podemos aceptar que somos humanos ¿no?

domingo, 2 de marzo de 2014

Adiós

No me gusta que salga el Sol en los días tristes.

Es como si el cielo se riese de nosotros. La luz, el calor, los sonidos de la gente disfrutando en la calle, los árboles más verdes, las odiosas palomas que hoy parecen de postal se están riendo de ti, que estás viviendo en el lado frío, en las sombras. Días en los que te dedicas a pensar en ti, sobre ti y sobre lo que te afecta por algo que ha pasado y que es relativamente externo. Y el mundo sigue, y no sólo sigue, sino que sigue feliz, alegre, contento, brillante y luminoso. Y tú no puedes alcanzar esa luz. Entonces te preguntas cómo es posible que las cosas malas se cuelen de forma tan rápida hasta tu interior y te dejen en ese estado de apatía y en cambio las cosas buenas, los días luminosos, te generen esta inestabilidad pero no lleguen a inundarte por dentro. Es como si te enseñaran lo bueno del mundo, lo bueno e inalcanzable.

Pablo ha muerto. ¿Por qué? María siempre dice: “¿Por qué le pasan cosas malas a la gente buena?”. ¿Por qué? No lo entiendo. ¿Qué le pasó? ¿Qué le provocó ese infarto? ¿Por qué no había nadie con él? ¿Por qué no le pudo pasar a otra persona? No a alguien que se lo merezca, porque nadie se lo merece, pero ¿por qué no a alguien que haya vivido más? ¿Alguien que haya tenido tiempo para dar todo lo que puede dar? ¿Alguien que haya tenido tiempo para recibir todo el cariño, la alegría, el amor, los agradecimientos,…todo lo que pueda recibir?

Y no es que conociese mucho a Pablo. Vino de apoyo a Miguel a la parroquia hace…6 meses como mucho. Y no he estado mucho con él, sólo en alguna reunión, alguna conversación en la calle, o alguna eucaristía en convivencias. Pero es, era, una persona que dejaba huella. Era un cura joven, 38 años según Patri, con muchísima formación teológica. Un cura nuevo, joven que viene a una parroquia enorme que tiene un grupo de jóvenes un tanto…particular. Podría haber llegado y quedar a la sombra de Miguel. Podría haberse quedado con sus ideas preconcevidas y rechazar toda nuestra forma de pensar, un tanto “divergente” para lo que es habitual. Podría haberse negado a escucharnos, no participar de nuestra vida como grupo, y tratar de convencernos de que algunas cosas que pensamos son inconcebibles. Pero no. Llegó y tuvo que ser simpático, participativo, abierto, interesado, amable, educado, siempre con una sonrisa en la cara, con una mano sobre tu hombro y un brazo en tu espalda, siempre apoyando, siempre escuchando, siempre atendiendo al menor síntoma de debilidad para sostenerte. Tuvo que llegar e intentar aprenderse el nombre de todos los niños de la parroquia. Quizá es una tontería, pero es un detalle que no hace cualquiera.

Y eso que no lo conozco, conocía, mucho. Pero cada vez que te lo cruzabas, que estabas con él, te miraba con unos ojos que te decían: “te escucho, te entiendo, te ayudaré”. Gente así hace falta en el mundo. Gente desinteresada. Gente buena. ¿Por qué le pasan cosas malas a la gente buena?

Quizá el día tan luminoso que ha salido no sea porque el mundo se ría de nosotros. Quizá es Pablo, que ayer cuando subió, decidió tener un detalle y le dijo a Dios: “Va, tío, cúrrate un día bonito, para que se acuerden de que todo es luz, de que todo se va a arreglar”.

Quizá.

Esta es mi forma particular de despedirme de ti. Tenía cosas que decirte, que estaban esperando a un momento más idóneo, pero las pensaré muy fuerte, a ver si te llegan.

Muchísimas gracias, Pablo.


Hasta luego, cuídate y cuídanos.