Recuerdo
que cuando iba al cole me gustaba ser la primera de la clase. La que más sabía,
la que más respuestas acertadas daba. Siempre me ha gustado aprender cosas
nuevas y diferentes, pero demostrarlo delante de la eminencia que era el
profesor me hacía sentir orgullosa de mí misma, al igual que si alguien sabía
más que yo, o sacaba más nota que yo, me sentía decepcionante (atentos, no he
dicho “decepcionada” sino “decepcionante”). Como si fuese a venir la policía a
mi puerta a decirles a mis padres: “Buenos días, venimos a por su hija. No cumple con los estándares
establecidos”.
Y a partir de aquí creo que hay dos puntos
fundamentales sobre los que deberíamos reflexionar.
En
primer lugar me pregunto sobre la impotencia que genera que todos,
absolutamente todos, pasemos por los mismos filtros sabiendo como sabemos que
cada uno somos diferentes. Hace poco vi, por requerimiento del Máster, el
capítulo 87 de Redes. ¡Oh, adorado Punset! Me hizo pensar sobre la Educación,
con mayúsculas.
El
capítulo trataba sobre la incapacidad de los sistemas educativos de abordar las
necesidades de los individuos actuales. Frente al aprendizaje que se fomenta,
basado en la enseñanza lineal y por repetición (llamémosle “transmisión del
conocimiento científico”) el documental propone un aprendizaje social y
emocional que fomente la educación personalizada a través del contacto, la experiencia y la
implicación del alumno en el proceso.
Somos
máquinas. O por lo menos eso nos hacen creer sin que lo sepamos. O por lo menos
lo intentan. Todos tenemos que saber lo mismo. Todos tenemos que aprender de la
misma forma. Todos tenemos que cumplir los plazos de aprendizaje y enseñanza
establecidos. Y si no los cumples poco menos que eres una paria social.
No
está mal si pensamos y reflexionamos sobre ello. Es decir, que yo, a mis 22 años
(casi 23 pero no se lo digáis a nadie) he sido capaz de sentarme y pensar sobre
lo que ha supuesto para mi tener que pasar por ese aro tan estrecho. No ha sido
fácil. Ha sido duro, cansado y estresante. Pero lo he pasado y por eso me
sentía orgullosa cuando contestaba la respuesta correcta en el colegio o cuando
sacaba más nota que nadie en el examen. Y de repente un día dejo de pasar por
ahí. Suspendo, no contesto la primera, y el mundo se me cae encima. Me paro y
pienso ¿y todos aquellos que no han pasado nunca el filtro? ¿Cómo se deben de
sentir? Fatal, horrible, decepcionantes.
Nos
pasamos desde los 3 a los 16 años, como mínimo, en un centro educativo que nos
enseña que no eres bueno a menos que cumplas los estándares. Tus únicas
cualidades positivas son las que están asociadas al estudio y a la adquisición
de conocimientos: estudiar, leer, escribir, concentrarte… Y no me entendáis
mal, no digo que no sean muy útiles, pero el enfoque no creo que sea el más
adecuado. Eres bueno si sacas buenas notas. Si sacas sobresalientes eres el
mejor.
Según
Ken Robinson (al que entrevista Punset en el documental) la Educación tiene
tres objetivos fundamentales, uno de los cuales es personal: esperamos que la educación nos ayude a convertirnos en “la
mejor versión de nosotros mismos”, ayudándonos a descubrir nuestros talentos y
destrezas. Pero en ese sentido, desde su punto de vista, piensa que ha
fracasado, porque en el fondo tenemos una visión de las aptitudes muy limitada.
Así
que, cuando salgas del sistema educativo ¿qué será de ti? Quizá has aprendido
muchas cosas, y tienes una barbaridad de datos almacenados, y estás capacitado
para desarrollar nuevas habilidades “prácticas”. Pero ¿qué hay de la persona? ¿Qué
hay de su integridad, de su saber estar, convivir, imaginar, crear… de su saber
ser feliz?
Nos
mutilan. Nos mutilamos como individuos si nos creemos que es mejor el que más
sabe.
Hoy
me ha preguntado una persona: “¿por qué hay quien se saca dos carreras y yo
necesito dos años para un máster de un año?”. Y yo me planteo cómo hemos podido
llegar a este punto tan triste en el que no vales nada si no cumples los
estándares. Y generalizo, ya no sólo hablo de la Educación, sino de todos esos
estándares que hemos asimilado sin darnos cuenta y que nos hacen ser infelices
cuando no los cumplimos.
Y
el segundo punto sobre el que creo que deberíamos reflexionar inmediatamente
después es saber qué nos hace diferentes, especiales, valorarnos y querernos a
nosotros mismos.
Le
decía a esa persona con la que hablaba antes que no puedes dejar que nadie te
juzgue negativamente de forma gratuita pero es especialmente peligroso que
seamos nosotros mismos los que nos juzguemos. Quiero decir, que alguien te
llame idiota te puede afectar más o menos, pero que tú mismo te lo digas es una
bomba de relojería. Es la profecía autocumplida. Si te lo dices repetidamente
al final te lo creerás hasta el punto de que cuando alguien trate de valorarte
de forma positiva tu mente lo transformará en algo negativo. Tu visión de ti
mismo es el filtro por el que pasan todas las valoraciones que hacen los demás
sobre ti. Si crees que “tu criptonita” son los exámenes, siempre lo serán. O llevándolo
a algo más simple, si crees que estás gordo, pensarás que los demás también lo
creen.
No
soy psicóloga ni pretendo serlo. Sólo reflexiono sobre mis propios pensamientos
negativos y de qué manera me afectan limitándome como individuo. Quizá es algo
muy trillado, pero si tú te quieres a ti mismo da igual lo que los demás
piensen de ti. Puedes valorar más o menos su opinión, pero al fin y al cabo es
una opinión y, no nos engañemos, nunca tendrá el mismo valor que la que tú
tienes sobre ti mismo. Sepas o no cuál es esa opinión que tienes sobre ti.